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Con este texto iluminador, deseo comenzar, apreciado lector, estas sencillas líneas y con ellas quiero invitarte a que te formules un sencillo interrogante, ¿Qué constituye tu mayor tesoro?;   Éste es un cuestionamiento que todos los creyentes deberíamos plantearnos  en el contexto de nuestra relación amorosa con Dios,  y cuando digo amorosa me sustento en que todo cristiano debe tener claro que Dios nos amó, nos ama y siempre nos amará con su infinito amor de padre, él es nuestro amor primero.  La vida, muerte y resurrección de su amado hijo, nuestro señor Jesucristo, es el mejor testimonio de ello, así nos lo revela su palabra, en el evangelio según san Lucas capítulo 3, versículo 16: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

 

Nuestra relación con el amado debe generar un encuentro permanente en el cuál se pueda entablar un diálogo con el mejor de los amigos, un encuentro libre y espontaneo que revele la fuerza de Dios, aquel en quien creemos y con quien nos sentimos plenamente identificados.  En esa relación de Amor, ¿cómo hacerse bolsa que no se deteriora?; Nuestra vida es un continuo  camino que debemos recorrer, pero en ese caminar muchas persona, cosas, circunstancias,  y situaciones, pasan por nuestro

DIOS…RIQUEZA INAGOTABLE

“Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón,  ni la polilla corroe; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc 12, 33b-34).  

lado.    Es un camino inundado de buenos y gratos momentos, otros mejores, otros no tan buenos, triunfos, derrotas, innumerables preguntas, inmensas alegrías, incluso tristezas; Todas estas son realidades  de las que no podemos escapar  y ante las cuales tenemos que reaccionar, pero todos son acontecimientos que van marcando nuestra existencia con una serie de usanzas que modelan lo que realmente somos y lo que seremos.  Siempre tenemos la libertad para optar y es precisamente ahí cuando tenemos que  tomar la decisión de llenarnos solo de aquello que da sentido a nuestra vida, todo aquello que entendemos proviene de Dios.

 

Hacerse bolsa que no se deteriora implica un abandono incondicional en las manos de ese Dios Uno y Trino, que se hace presencia viva en  el  acontecer de nuestra propia existencia y dicho abandono requiere un profundo acto de fe, que preciso nace del encuentro con Dios vivo que nos habita y nos da las muestras más grandes de amor, y en esa experiencia se funde nuestra alma y se transforma para hacer de Dios un destello que brilla y resplandece, pues es luz que no conoce el ocaso.  Es desde las conductas de la vida cotidiana, donde  el hombre debe reconocer los signos de la gracia divina, pues ahí se produce el deseo de buscar el Amor de los amores  y él como gran regalo y en la mayor de sus donaciones se deja encontrar para que en su amor aciertes hacia la verdadera felicidad;  hacernos por tanto bolsa que no se deteriora es en fe guardar la palabra del señor en lo más profundo de nuestro ser, pero al mismo tiempo  dejándolo irradiar a todo nuestro alrededor, dejando que produzca frutos abundantes  en mi vida,  al igual que en tu vida, en el hermano; así lo  afirma el papa Francisco en su primera carta encíclica Lumen Fidei, cuando indica: “La fe cristiana es, por tanto, fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo”.

 

El ir y devenir del hombre lo pone  frente a una confrontación inevitable entre sus principios, valores y creencias, y los envolventes atractivos y aparentes placeres del mundo.  En ese acontecer cotidiano se traza el mejor escenario donde se develan los frutos de nuestra fe;  El verdadero cristiano, no teme a estar en el mundo, antes por el contrario, el auténtico cristiano es el que sale a la calle con la plena certeza que hay un Dios que lo habita y que estando en medio de la naturaleza humana, en medio de las crudezas del pecado, es capaz de librar la batalla y salir siempre vencedor, porque tiene la plena seguridad que no lo hace solo, es la fuerza de lo alto y son nuestras manos sumidas en el poder infinito de Dios las que logran vencer todo aquello que nos envuelve y nos aparta del gozo de su gracia, del gozo de su presencia.

 

El verdadero creyente se entrega y confía en el amor incondicional de aquel ser trascendente  que reconocemos como único Dios, señor, salvador y rey.  El señor es fiel a sus palabras y el prometió estar siempre con nosotros hasta el fin de los tiempos.   Nuestro infalible deleite es el señor que hizo el cielo y la tierra y en quien están nuestras vidas llamadas a no temer, a ser fértiles y dar buenos y abundantes frutos. Nuestra única confianza es el señor, dichoso el que se acoge a él.  “Bendito quien se fía de Yahvé, pues no defraudará su confianza.  Es como árbol plantado a la vera del agua, que enraíza junto a la corriente. No temerá cuando llegue el calor, su follaje estará frondoso; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto” (Jr 17, 7-8).

 

Hemos permitido que nuestros días rebosen de extremas ansias de poder y tener, creyendo que es aquello lo que realmente nos define o nos da identidad. En muchas oportunidades hemos concebido la errónea idea  que en los bienes materiales está la auténtica fuente de la felicidad.    La vida se nos convierte en una agitada carrera en el cual el tiempo ya no alcanza, pues nuestros planes involucran: reuniones de negocios, nuevos proyectos para mejorar nuestras finanzas, eventos sociales que consoliden amistades para mejorar nuestro status etc.,  de hecho construimos un horizonte de vida con personas que comparten nuestro mismo nivel económico, académico o social.  En medio de este ambiente van pasando nuestras jornadas.

 

Jesús, el señor, nos plantea un reto más allá de las cosas efímeras y pasajeras de este universo material, Jesús nos invita a emprender con él un proyecto que produce las mejores ganancias y las más fructíferas  relaciones de amistad que el ser humano puede disfrutar, ya que es una relación fundada en el amor trascendente de aquel que nos ama sin límites, aquel que llena de verdadero sentido nuestra existencia y esto nos convierte en poseedores del más grande tesoro: La experiencia del encuentro con Dios; un encuentro que se hace necesario para palpar  las grandezas del creador.   El cardenal Jorge Mario Bergoglio así lo plasmó en su libro “El verdadero poder está en el servicio”, en el cuál afirmó: Hoy más que nunca surge la necesidad de dejarse encontrar por el Amor, que siempre tiene la iniciativa, para ayudar a los hombres a experimentar la buena noticia del encuentro.

 

Nuestra mayor riqueza debe ser el testimonio de contemplar el rostro de Dios, el testimonio de perdernos como niños en su dulce mirada, como bellamente lo canta Marcos Vidal en su canción “Cara a cara”.   Éste es un tesoro invaluable, una riqueza inagotable en el reino de los cielos, porque si hay algo de lo que podemos tener total certeza es que lo único que nadie nos puede quitar, es nuestra relación íntima con Dios.    La fruición  de su presencia es para el cristiano la oportunidad de Amarlo y hacerlo Amar a partir de la experiencia incomparable del encuentro con el rey de la gloria. 

 

Que nuestro corazón y toda nuestra existencia encuentre en Dios la razón primordial de atesorar para el cielo, que no puede estar más lejos de nuestro diario acaecer.   Que Dios en su derroche de amor se convierta en el porqué de nuestra vida;  como dijo Nietzsche “el que tiene un porqué vivir, puede soportar casi cualquier como”. Que la luz del Espíritu santo irradie nuestros caminos para que en Dios encontremos nuestro mayor tesoro, pues lo dice el evangelio de Lucas: “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.

 

Por:

Famer Asprilla Mosquera

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